
Esperaba que algún día me regalases un nuevo corazón envuelto en gasas plateadas de sosiego y esperanza y una aguja de amor con su hilo irrompible para que fueras remendando, una a una, mis heridas. Esperaba que le calzases a esta cenicienta unos zapatos de cristal, resistentes y alados, para volar, lejos o cerca, hasta tu encuentro, donde aguardaras en la espera, sin horas caducas. Esperaba porque apareciste como príncipe-hada para mostrarme la realidad más fantasiosa, balanceándome por el cielo entre nubes de palabras, construyendo con caricias escaleras donde encontrar mi zapato. Y yo seguía, incansablemente, recorriendo cada peldaño, aunque perdiera zapatos que después no encontrabas, tratando de atravesar descalza aquel cielo, recogiendo estrellas como besos que danzando posaría sobre tu boca. Pero también me enseñaste la traición de la fantasía. Son las doce, Cenicienta. Vete. Vuelve a tu vida de sierva de sombras y cenizas, sueños rotos y estúpidos anhelos, entre calabazas podridas y ratones que te roen el alma. Son las doce. Me dices que no te espere ni un minuto más, prefieres tenerme como amor de páginas, personaje de un libro, como amor de chat, solo un nick de internet. Te despides tirándome el zapato a la cabeza, te acordaste de que te debes a los pies de tu "princesa", en otra historia.
Te vas, besándome a lo lejos, con una adorable crueldad, pinchando las nubes con desdén, derrumbando las escaleras, recordándome que las horas sí caducan y no me harán princesa, porque para mí no se escribió ningún cuento con final feliz.
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